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Éramos cientos, quizás miles, las personas que vivíamos en el lugar. Seguramente por protegernos del sarraceno que presionaba por un frente concreto y que nuestra unidad, nuestra cercanía unos de otros nos hacia vencer o por lo menos resistir. Entre algunos de ellos teníamos grandes pensadores cristianos que nos hacían sentirnos bien porque según sus conclusiones Dios estaba con nosotros y nos conduciría a la victoria, ya que nosotros somos una parte de la única religión verdadera del único Dios verdadero, y esto nos hacía sentirnos bien, o si no bien, por lo menos en paz con nosotros mismos. ¡Luchar por Dios! era la mejor misión que uno podía tener puesto que un mandado del Altísimo me haría ganar la gloria. La única duda que podría albergar era que los que tenía enfrente y que presionaban militarmente con gran dureza también luchaban por una misión divina, también luchaban por Dios, por El único Dios verdadero, como nosotros.
Todo esto era muy raro y me provocaba que mi valentía a la hora de defender la cruz, la sagrada cruz, se desvaneciera, por culpa de los hombres.
Gropium
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